Por EDUARDO PALOMAR BARÓ
El año 1933 presagiaba negros
acontecimientos. El terrorismo y el ambiente de violencia se extendía por toda
España, merced a la anarquía reinante. En los últimos meses de 1932 fueron
frecuentes los crímenes políticos y los encuentros sangrientos entre afiliados
a distintos partidos. Las huelgas constituían una plaga. La situación era
inquietante. Medio millón de parados y millares de hombres en las cárceles o en
el destierro era un enorme lastre que abrumaba el ánimo de infinidad de
familias.
El Debate del 20 de diciembre de
1932 se lamentaba de que diarios y revistas de Madrid publicaran dibujos y
caricaturas “injuriosos para los más sagrados y venerados misterios de la
Religión, afrenta que no se da en ningún país civilizado.”
Ya a comienzos del año 1933, el
día 3 de enero, la Guardia Civil descubría en un garaje de Barcelona, cinco
cajas llenas de bombas, dispuestas para ser remitidas a diversas localidades;
un automóvil con bombas y cartuchos, y en varias estancias, artefactos,
cargadores, mecha y 10 carabinas. El dueño de este arsenal era el anarquista
José Balart; su compañera declaró que el dinero para la fabricación de bombas
procedía de las organizaciones comunistas de Francia.
La trágica jornada del domingo 8
de enero de 1933
Al atardecer del día 8, grupos de
anarco-sindicalistas, intentaron aproximarse a los cuarteles madrileños de
Carabanchel, Cuatro Vientos, de la Montaña y de María Cristina, de donde fueron
ahuyentados a tiros.
Los anarquistas de Levante
probaron sus recursos dinamiteros con gran derroche de bombas, más de veinte
estallaron en Valencia en menos de dos horas en la noche del domingo 8. La
fuerza pública impidió el incendio de iglesias. En el pueblo de Bugarra
murieron cinco guardias civiles y de Asalto y en Gandía, Tabernes de Valldigna
y Pedralba, los combates fueron sangrientos.
En Cataluña se produjeron graves
sucesos en Sardañola, Tarrasa, Ripollet y Sallent. En Lérida capital tuvo lugar
un intento de asalto al cuartel de Infantería nº 25 que fue rechazado a tiros,
y en la defensa se registró un sargento muerto y siete sargentos y cabos
heridos. Cinco asaltantes resultaron muertos.
El ministro de Gobernación,
Santiago Casares Quiroga, declaró al día siguiente: “El movimiento es netamente anarquista. Ha
sido preparado con mucho tiempo y abundancia de elementos. Sólo en Barcelona se
han recogido 266 bombas, 23 pistolas y muchas municiones.”
En un pasquín subversivo se podía
lee:
“Vamos hacia el comunismo
libertario. Como un caballo encendido, la C.N.T. avanza
por el mapa de España. Es la ola
de la revolución: los esclavos se levantan.”
La revolución anarquista en
Barcelona
Los medios de comunicación
correspondientes al martes 10 de enero de 1933, informaban de los complots
anarcosindicalistas registrados en Barcelona el domingo 8, con un balance de
nueve muertos y gran número de heridos. Asimismo la fuerza pública sufrió
sensibles bajas.
Desde que fue descubierto por la
guardia civil y policía un depósito de bombas en la calle Mallorca de la Ciudad
Condal, y aún antes de registrarse ese suceso, se tenía noticias de que los
elementos extremistas se
proponían llevar a
cabo un movimiento
revolucionario. Al ser descubierto el depósito arriba mencionado y otro en Sans,
los revolucionarios no desistieron de
sus criminales propósitos, preparando para el domingo por la
tarde un golpe de mano, que se llevó a cabo con derramamiento de sangre.
Los revoltosos asaltaron el
Cuartel de Atarazanas, al tiempo que desde numerosos taxis arrojaban bombas con
el objeto de atemorizar a los habitantes, sembrando el pánico en la ciudad. En
la calle de Arco de Teatro, desde el cuarto piso de una casa inmediata a las
Ramblas, fue agredida la fuerza pública a tiros, contestando en igual forma.
Otro tiroteo se entabló frente al Mercado de San José, provocado por un grupo
que hizo disparos contra los guardias. Frente al “Eden Concert” cayó herido un
cabo de guardias de Asalto y fue muerto el guardia de Seguridad José Mínguez.
También cayó herido el paisano Francisco de Haro, que falleció al ingresar en
la Casa de Socorro de la calle Barbará.
A las ocho y cinco de la tarde
tuvo lugar una tentativa de asalto al cuartel de San Agustín del regimiento de
Infantería nº 10. Se inició con la explosión de una bomba. Al mismo tiempo un
grupo de revoltosos detuvieron un tranvía que pasaba por delante del cuartel, y
parapetándose en él comenzaron a disparar sus pistolas sobre el centinela, el
cual presa de temor, se refugió en el cuartel. Repuesto de la sorpresa, salió
al frente de la guardia, que iba mandada por un sargento, y repelieron la
agresión disparando en descargas cerradas sus fusiles contra los asaltantes.
Durante un cuarto de hora el tiroteo fue violentísimo. En el interior del
cuartel los oficiales que se encontraban de guardia organizaron la defensa del
edificio, formando varios grupos de soldados para salir al exterior para
rechazar a los asaltantes. Los revoltosos, viendo lo inútil de su tentativa se
retiraron, y amparados por la oscuridad, desaparecieron.
A las nueve de la noche, en la
puerta de la Jefatura de Policía, en el subsuelo hicieron explosión dos bombas
que habían sido colocadas por los revoltosos penetrando por una casa en
construcción inmediata a la Jefatura, resultando herido el guardia Manuel
Salinas y dos de los chóferes de la Policía.
El mozo de las Escuadras
Francisco Centellas, al pasar por la plaza del Clot fue asesinado por un grupo
de individuos que casi a quemarropa le dispararon repetidamente sus pistolas.
En esta misma plaza, un grupo de mozalbetes disparaban constantemente sus
pistolas, teniendo conmocionado a todo el vecindario.
Entre las diversas bombas que
estallaron en este trágico domingo, había una en la cloaca de la calle
Castaños, o sea en la calle posterior al edificio del Gobierno civil, con la
intención de hacer volar el centro oficial, que no sufrió daños por haber sido
tomadas mal sus medidas.
Nota de la Jefatura de Policía de
Barcelona
Este centro oficial, facilitaba
la nota siguiente:
“Una vez más Barcelona ha visto
turbada por unas horas su tranquilidad, por ciertos elementos extremistas que
han intentado, sin conseguirlo, un movimiento revolucionario para implantar el
comunismo libertario".
Si siempre estos actos
criminales, que causan víctimas inocentes, son dignos de censura, más lo es
todavía el movimiento de ayer por haberlo planteado en día festivo y en una
hora en que la población se lanza a la calle y llena cafés, teatros y toda
clase de espectáculos públicos, completamente confiada, sin sospechar que una
mano criminal puede segar en un momento vidas inocentes.
El sábado, a las once de la
noche, el jefe superior de Policía, tuvo noticias de que se celebraría
seguidamente una reunión clandestina para tomar acuerdos relacionados con un
movimiento revolucionario, que debía estallar el domingo. A las dos de la madrugada
llegaba a su conocimiento el plan que habían adoptado, cuyo principal objeto de
los revolucionarios, era atacar los cuarteles sobre las seis de la tarde,
aprovechando la festividad del día y quedar sólo la guardia de prevención por
estar de paseo la tropa, apoderándose del armamento y municiones, atacando con
bombas de mano, y después, apoderarse de la Jefatura de Policía, Telégrafos,
Teléfonos, así como también de la estación instalada en la cumbre del Tibidabo.
Desde las primeras horas del
domingo se montó un especial servicio de vigilancia por toda la ciudad, de
Guardia Civil, Seguridad, Vigilancia y Asalto, formando grupo de cuatro
guardias con tercerola, con órdenes terminantes para reprimir con la mayor
dureza y energía todo conato de alteración de orden público, y conseguir de
esta manera abortar el movimiento proyectado.
La lección ha sido dura, ya que
se les ha demostrado que cuantas veces intenten desarrollar sus planes
sangrientos y revolucionarios en perjuicio de la República, siempre y en todo
momento tendrán que chocar, irremisiblemente, con la fuerza pública que
impedirá por todos los medios, incluso el sacrificio personal, lleven a la
práctica sus disparatados planes, demostrando con ello, ser dignos de la
confianza que el Gobierno ha depositado en ella.” A continuación daba una
relación de las víctimas que se conocían hasta el momento.
El 8 de enero de 1933, Manuel
Azaña escribía:
“Esta mañana, a las once, me
telefoneó Casares que, según todos los indicios, el movimiento anarquista que estamos
esperando estallaría hoy, al caer de la tarde. En el programa figuraba el
asalto a los cuarteles de Barcelona, Zaragoza, Sevilla y Bilbao y otros puntos.
También se esperaba algo en Madrid, aunque de menos importancia. Envío
instrucciones a los generales de las divisiones.”
Los sucesos de Casas Viejas
Al proclamarse la II República en
España en abril de 1931, el nuevo gobierno puso en marcha una Reforma Agraria
para dotar de tierras a los campesinos sin propiedad llamados jornaleros o
yunteros, pero la falta de fondos para indemnizar a los latifundistas hizo que
la ley aprobada en 1932 fuese excesivamente lenta. La inquietud social y la
protesta de la izquierda por este retraso fue una de las causas del alzamiento
anarquista que acabó con los sangrientos sucesos de Casas Viejas.
A los tres días del inicio de los
movimientos revolucionarios anarco-sindicalistas en Barcelona, Madrid y
Valencia, el 11 de enero de 1933 estalló inesperadamente la lucha en el pequeño
pueblo andaluz de Casas Viejas (Cádiz), agregado al Ayuntamiento de Medina
Sidonia, que contaba con unos 2.000 habitantes y 6.000 hectáreas de tierra
laborable. El censo de braceros era de unos 500 hombres, apenas 100 con
ocupación segura y sólo durante medio años. El resto vivía de un socorro del
Ayuntamiento: una peseta a los solteros y dos a los casados. La mayoría de las
familias habitaban en chozas y sufrían hambre endémica. Según unas
declaraciones del alcalde de Medina Sidonia, Ángel Buitron, “el malestar lo
produjo las ofertas hechas en épocas electorales de reparto de tierras y otras
ventajas, ninguna de las cuales se cumplieron. Los braceros, decepcionados, se
dieron de baja en el socialismo e ingresaron en la C.N.T.”
Llegó la orden de la F.A.I. de
secundar un movimiento anarquista que se produciría en toda España, y algunos
braceros de Casas Viejas buscaron las escopetas y pistolas que tenían
escondidas y se consideraron, con sólo colocar una bandera rojinegra en la Casa
del Sindicato Único, dueños del pueblo. Concentrados en la plaza destituyeron
al alcalde pedáneo, Juan Bascuñana, de filiación republicano- radical, diciéndole: “vete a decirle a la Guardia
Civil que se ha proclamado el comunismo libertario y que todos somos iguales.”
El sargento de la Benemérita respondió: “He jurado fidelidad a la República y
la defenderé hasta morir.”
Por la
mañana, los jornaleros
del pueblo cortaron
las líneas telefónicas
y telegráficas y abrieron zanjas en las carreteras, para proceder luego
a quemar el Ayuntamiento y la Casa de Arbitrios.
La casa-cuartel de Casas Viejas
Estaba ubicado en un pequeño y
modesto edificio de la plaza y su fuerza la componían un sargento y tres
guardias, que pertenecían a la Línea de Medina Sidonia, encuadrada a su vez en
la Compañía de San Fernando de la Comandancia de Cádiz.
El comandante era el sargento
Manuel García Álvarez, de 45 años de edad y que se había hecho cargo del mismo
tan sólo un mes antes. Los guardias eran Román García Chuecos, natural de
Lorca, de 32 años, Pedro Salvo Pérez, hijo de un sargento del Instituto, nació
en la población gaditana de San Roque, también de 32 años y Manuel García
Rodríguez, del que se desconocen sus datos.
La casa-cuartel se vio cercada y
tiroteada por unos 200 campesinos armados de escopetas y hoces, que acababan de
proclamar el comunismo libertario. La exigua fuerza del puesto se defendió
disparando sus fusiles máuser desde las ventanas. En el intercambio de disparos
resultaron gravemente heridos en la cabeza el sargento García Álvarez y el
guardia García Chuecos, mientras que los otros dos guardias lo fueron con
carácter leve.
Llegada de refuerzos
Pocas horas después del inicio de
la refriega, llegaron refuerzos al mando del sargento de Asalto Rafael Anarte
Viera, comandante del puesto de Alcalá de los Gazules, que se encontraba
concentrado en Medina Sidonia, ocupando el pueblo, matando a un campesino y
desarmando e hiriendo a otros dos. La casi totalidad de los afiliados al
sindicato anarquista huyeron al campo.
Más tarde hicieron su aparición
en Casas Viejas, doce guardias de Asalto al frente del teniente Gregorio
Fernández Artal, y cuatro guardias civiles al mando del teniente Cayetano
García Castrillón, que procedieron a verificar registros de las casas,
deteniendo a Manuel Quijada Pino, reconocido por la guardia civil como uno de
los que disparaban por la mañana contra el cuartel.
Las fuerzas se encaminaron hacia
la choza de Francisco Cruz Gutiérrez “Seisdedos”, donde se habían atrincherado
algunos de los anarquistas. Quiso el jefe de los guardias parlamentar con los
anarquistas, ofreciéndose como mediador el guardia de Asalto Martín Díaz. Al
aproximarse éste a la puerta de la choza, una descarga derribó al guardia y el
cabecilla y su gente se apoderaron del herido y lo encerraron con ellos como
rehén.
Los guardias, parapetados detrás
de una tapia, conminaron a los cercados a que saliesen con las manos en alto.
Pero éstos respondieron a tiros. Se produjeron nuevos disparos desde la choza,
cayendo herido el guardia Madras.
El teniente Fernández Artal mandó
al detenido Manuel Quijada, que tenía esposado, con la intención de que
convenciese a “Seisdedos” y a los sitiados de que no tenían más remedio que
rendirse, pues no lograrían escapar. Manuel Quijada se adentró en la choza
sumándose a los rebeldes. Una mujer le limó las esposas, recuperando la
libertad de sus manos.
Se paró el tiroteo y reinó la
calma hasta las once de la noche. A esa hora llegaron más guardias de Asalto
desde Cádiz, portando bombas de mano y una ametralladora. El teniente Fernández
Artal, acompañado de dos cabos, se acercó a la choza para lanzar algunas
bombas, que no estallaron, ya que fueron amortiguadas por la techumbre de paja.
Volvieron a exigir la rendición a los sitiados, y éstos respondieron con
descargas, resultando heridos los dos cabos. El oficial determinó suspender el
ataque hasta que amaneciera.
Hacia las dos de la madrugada
llegó una compañía formada por noventa guardias al frente del capitán de Asalto, Manuel Rojas Feijenspan.
Distribuyó Rojas a las fuerzas para atacar a la choza. En este momento se presentó
el delegado del gobernador de Cádiz, Fernando Arruinaga Martín-Barbadillo,
portando un mensaje que decía:
“Es orden terminante del ministro
de la Gobernación se arrase casa donde se han
hecho fuertes los revoltosos.”
Incendio de la choza de
“Seisdedos”
El capitán Rojas hizo preparar
unas piedras envueltas en algodón impregnado de gasolina extraída de los
coches, prendiendo fuego en la choza inmediata a la del “Seisdedos” y
rápidamente el fuego se extendió a la techumbre de paja donde estaban los
rebeldes. Además de Francisco Cruz Gutiérrez “Seisdedos”, murieron tiroteados o
carbonizados sus hijos Pedro y Francisco, Manuel Quijada Pino, Josefa Franca
Moya y su hijo Francisco, Jerónimo Silva González, Manuela Lago Estudillo, así
como el guardia de Asalto Ignacio Martín Díaz, resultando heridos otros cuatro
guardias más. Lograron escapar una mujer y un niño, que salieron envueltos en
una bocanada de llamas y de humo. Los guardias contuvieron sus impulsos y los
respetaron. Después dos personas fueron abatidas por las ametralladoras. No
salió nadie más de la choza, que pronto fue una inmensa hoguera, que se
extinguió, por consunción, a las seis y media de la mañana.
Registros y asesinatos
indiscriminados
El capitán Manuel Rojas convocó,
a las siete de la mañana a todas las fuerzas de Asalto en la plaza pública,
arengándolas con las siguiente palabras: “Es preciso que ahora mismo, en media
hora, hagáis una razzia.”
Los guardias, rompiendo las
puertas a culatazos, sacaron de sus casas a viva fuerza a doce hombres, que
fueron conducidos cerca de la choza. Una vez allí, esposados con cuerdas,
pasaron a la corraleta de la choza de “Seisdedos”, donde se encontraba el
capitán Rojas, el cual les dijo: “Pasad a ver el cadáver del guardia.”
“Pasaron, fiados en esto, y a la voz de «¡Fuego!», dada por el capitán,
dispararon algunos guardias de Asalto y dos guardias civiles repetidas veces,
siendo meros testigos presenciales los oficiales Fernández Artal y Álvarez
Rubio, además del delegado del Gobierno” (según la declaración del teniente
Fernández Artal, leída en la Cámara en la sesión del 17 de marzo de 1933).
El capitán Rojas explicó, en la
Comisión parlamentaria, lo sucedido con las siguientes palabras:
“Como la situación era muy grave,
yo estaba completamente nervioso y las órdenes que tenía eran muy severas,
advertí que uno de los prisioneros miró al guardia que estaba en la puerta y le
dijo a otro una cosa, y me miró de una forma..., que, en total, no
me pude contener
de la insolencia,
le disparé e
inmediatamente dispararon todos y cayeron los que estaban mirando al
guardia que estaba quemado. Y luego hicimos lo mismo con los otros que no
habían bajado a ver al guardia muerto,
que me parece que eran otros dos. Así cumplía lo que me habían mandado y
defendía a España de la anarquía que se estaba levantando en todos lados de la
República.”
Los asesinados, todos ellos
desarmados y la mayor parte engrilletados, fueron: el anciano Salvador Barbarán
Castellet- que sólo le dio tiempo a gritar “¡No tiren, que no soy
anarquista!”-, Manuel Benítez Sánchez, Andrés Montiano Cruz, Juan García
Franco, José Utrera Toro, Juan García Benítez, Juan Villanueva Garcés, Juan
Silva González, Balbino Zumaquero Montiano, Manuel Pinto González, Juan Galindo
González, Cristóbal Fernández Expósito, Manuel García Benítez, Rafael Mateo
Vela y Fernando Lago Gutiérrez, siendo éste el único que realmente había
participado en la intentona revolucionaria.
Comentarios de Manuel Azaña sobre
los excesos de Casas Viejas
Que la fuerza había procedido
conforme a las severas órdenes recibidas del Gobierno, era indudable. El
presidente del Gobierno, Manuel Azaña Díaz escribe en su Diario correspondiente
al día 11:
“Se han mandado -a Cádiz- muchos
guardias con órdenes muy severas. Espera
-Casares- acabarlo todo esta
misma noche.”
El día 12:
“Casares me contó la conclusión
de la rebeldía de Casas Viejas, de Cádiz. Han hecho una carnicería con bajas en
los dos bandos... Fernando de los Ríos me dice que lo ocurrido en Casas Viejas
era muy necesario, dada la situación del campo andaluz y los antecedentes
anarquistas de la provincia de Cádiz. Por su parte, Largo Caballero declara que
mientras dure la refriega el rigor es inexcusable.”
Los sucesos de Casas Viejas
produjeron estupor y la tragedia resonó por todos los rincones de la nación.
Diversas declaraciones sobre la
tragedia de Casas Viejas
El presidente Manuel Azaña Díaz
escribe en su Diario, con fecha 13 y 18 de enero de 1933:
“Dice Fernando de los Ríos
(ministro del PSOE de Instrucción Pública y Bellas Artes)
que lo ocurrido es muy necesario,
dada la situación del campo andaluz.”
“Largo Caballero (ministro del
PSOE de Trabajo y Previsión Social) declara que
mientras dura la refriega, el
rigor es inexcusable.”
“Indalecio Prieto (ministro del
PSOE de Obras Públicas) opina que la represión no
ha sido excesiva.”
“José Ortega y Gasset está
furioso contra el Gobierno. Le ha escrito una carta a Sánchez Román (*) diciéndole,
entre otras cosas, que nunca en España se había llegado a una vergüenza igual.”
(*) [N. del A.] Felipe Sánchez
Román y Gallifa, nació en Madrid el 12 de marzo de 1893. Licenciado en Derecho,
asistió en agosto de 1930 a la firma del Pacto de San Sebastián, acto del
nacimiento de la II República. En las elecciones de abril de 1931 obtuvo su
acta de diputado independiente por Madrid. Fundó en julio de 1934 el Partido
Nacional Republicano (PNR). En 1936 redactó gran parte del manifiesto del
Frente Popular. Debido a la entrada de los comunistas en dicha coalición se
retiró de la misma, abandonando la jefatura de su partido. En abril de 1939, se
exilió a México.
Azaña intentó primero impedir la
investigación, y luego rehusó admitir su responsabilidad.
En las Cortes celebradas el 1 de
febrero de 1933, el diputado radical-socialista Eduardo Ortega y Gasset, inició
el debate con un relato confuso de la tragedia y muchos detalles espeluznantes,
pidiendo el esclarecimiento de los hechos y la exigencia de pedir
responsabilidades a las fuerzas que actuaron a la vez que acusaba al Gobierno:
“Cuando después de dos años de República ha dejado a los campesinos sin campo y
a los jornaleros sin jornal, en situación de hambre y desesperación, habiendo
encendido sus esperanzas con promesas que luego ha matado por falta de actos,
esta corriente de hostilidad ha estallado.” A juicio del diputado, ponía en
grave trance “el decoro de la República y el del Gobierno.”
El radical Rafael Guerra del Río
(que ocupó la cartera de Obras Públicas en el Gobierno de Alejandro Lerroux en
septiembre de 1933) acusó de crueldad y de improvisación al Gobierno: “Vosotros
gobernáis contra la ley o por leyes de excepción, y ya es hora de que la
República sea lo que hemos ofrecido.” Censuró el comportamiento de los
guardias de Asalto
(**) con
las siguientes palabras: “Fuerza bisoña, acabada de crear,
con cierto espíritu jacarandoso y chulón, muy valientes, pero nerviosos. Hay un
indicio revelador de los ocurrido: en Casas Viejas no hubo heridos, ni
prisioneros. No hubo más que muertos.”
(**) [N. del A.] El llamado Cuerpo
de Seguridad y Asalto, fue un cuerpo policial creado en febrero de 1932 por las
autoridades republicanas. Estaba organizado militarmente, distribuido en
pelotones de veinticinco guardias, que agrupados en compañías, se desplegaban
por las principales ciudades españolas. Su función principal era el
mantenimiento del orden público, actuando normalmente en caso de disturbios.
Estaba bajo el mando directo del Ministerio de la Gobernación.
El diputado radical Moreno
Mendoza, manifestó:
“Si para esto ha venido la
República, será necesario decir que quizá estábamos mejor con aquellos
Gobiernos tiránicos, que, por lo menos, si no aplacaban todas las necesidades,
tampoco las hacían más graves, acudiendo, como ahora, a favorecer a un sector
de la clase obrera en perjuicio de otro sector.”
En la sesión parlamentaria del
día 2 de febrero de 1933, varios oradores expresaron su malestar por la omisión
del explicaciones del Gobierno respecto a la represión de los trágicos sucesos
ocurridos en el pueblo gaditano. Tomó la palabra el presidente Azaña:
“En Casas Viejas no ha ocurrido
sino lo que tenía que ocurrir.” “Ha sido una cosa inevitable, y yo quisiera
saber quién sería el hombre que puesto en el Ministerio de la Gobernación o en
la Presidencia del Consejo hubiera encontrado otro procedimiento para que las
cosas se deslizaran en Casas Viejas de distinta manera como se han deslizado.”
“ Si la rebeldía de Casas Viejas hubiera durado un día más, tendríamos
inflamada toda la provincia de Cádiz. No hubo más remedio, para impedir males
mayores, que reducir por la fuerza el levantamiento.”
“Nos encontramos -concluyó Azaña-
en una situación de holgura, de diafanidad, de
respiro, como nunca nos hemos
encontrado desde que se formó el Gobierno.”
Como es lógico, a los radicales
no les convencieron las explicaciones del presidente del Consejo. “Creemos
-afirmó Guerra del Río- que la responsabilidad de esta represión cruel e ilegal
corresponde exclusivamente al Gobierno.”
El diputado Balbontín se expresó
así:
“El crimen cometido por los
guardias de Asalto, republicanos, en Casas Viejas no ha sido perpetrado nunca
por la Guardia Civil del Rey.” “Son infinitamente más brutales, más criminales,
que la Monarquía derribada; porque quemar una choza con mujeres y chiquillos
dentro no lo hizo nunca don Alfonso de Borbón.”
El 23 de febrero de 1933, Diego
Martínez Barrio, manifestó:
“Si no
repugnáramos colectivamente los
procedimientos empleados en
Casas Viejas, ¿qué sería de la República? ¿Cómo podremos presentarnos
ante la consideración de propios y extraños haciendo ostentación de haber
implantado un régimen que es ludibrio, bochorno, vergüenza e indignidad?” “La
función más delicada del Estado, la de conservar el orden público, ha de estar
en manos que no sean crueles o
incapaces.” “Realizar un
acto de crueldad
deshonra al Poder público... Porque creo que hay algo
peor que el que un régimen se pierda, y es que ese régimen caiga enlodado,
maldecido por la Historia, entre vergüenza, lágrimas y sangre.”
Testificaciones, comprometedoras
actas y esclarecedoras arengas
La controvertida declaración
judicial del capitán de Estado Mayor, Bartolomé Barba Hernández, el cual estaba
de servicio la noche del 11 de enero de 1933 en las dependencias del Ministerio
de la Guerra, cuyo titular era el propio Azaña, y del que aseguró que recibió
la orden directa de transmitir las instrucciones, pasaría a la historia negra:
“Ahora diga usted al general de
División que esté prevenido y nada de coger prisioneros y meterlos en los
cuarteles, porque luego resultan inocentes y hay que libertarlos. ¡Tiros a la
barriga! ¡A la barriga!"
El acta, firmada por los
capitanes de Asalto decía lo siguiente:
«En Madrid,
a 26 de
febrero de 1933.-
Los capitanes de Seguridad
que mandaban el día 11 del pasado mes de enero las compañías de Asalto
residentes en aquella fecha en esta capital, certifican lo siguiente:
«Que por el prestigio y dignidad
del Cuerpo de Asalto, al que se honran pertenecer, manifiestan que en la citada
fecha les fueron transmitidas desde la Dirección General de Seguridad, por
conducto de sus jefes, las instrucciones verbales de que, en los encuentros que
hubiese con los revoltosos con motivo de los sucesos que se avecinaban en
aquellos días, el Gobierno no quería ni «heridos» ni «prisioneros», dándolas el
sentido manifiesto de que únicamente entregásemos muertos a aquellos que se les
encontrase haciendo frente a la fuerza pública o con muestras evidentes de
haber hecho fuego sobre ellas. Y para que conste, firman
por duplicado el presente
escrito. ¡Viva la República!- Félix F. Nieto, Gumersindo de la Gándara,
Faustino Ruiz, Jesús Loma, José Hernández Lacayos.»
La prueba máxima y sensacional
del proceso, fue el relato escrito por el capitán de Asalto Miguel Rojas
Feijenspan, en el que descubría los manejos y artimañas para encubrir o
desfigurar tan lamentables hechos.
He aquí la declaración escrita
del capitán Miguel Rojas:
«En Madrid, a 1º de marzo de
1933, hago este documento, por si las estratagemas y promesas sobre el Gobierno
y la República que el Director general de Seguridad, don Arturo Menéndez, me
dice para sostenerlos no fueran verdad y sí todo esto es una mentira o falsedad
para salvarse él, lo comunico en estos papeles para su conocimiento y efectos.
»El día 10 de enero anterior me
llamó a su despacho para darme órdenes respecto a un movimiento monárquico, o
análogo al del 10 de agosto, que estallaría en Jerez de la Frontera, o que por
lo menos sería con dinero monárquico, y que como tenía confianza en mí, me
mandaba con la compañía para que lo solucionase. Que las órdenes que me daba
eran que tan pronto se manifestasen en cualquier sentido, no tuviera miedo a nada
ni a responsabilidades de ninguna clase, pues no había más remedio que obrar
así. Que no quería que hubiese ni heridos ni prisioneros, pues éstos podían
declarar lo sucedido, y para evitarlo empleara hasta la ley de fugas y todo lo
que fuese necesario y análogo. Que a todos los que tuvieran armas o estuviesen
complicados, les tirara a la cabeza, «que no dejara títere con cabeza». Que
aunque me sacaran pañuelos blancos, no les hiciera caso y les contestara con
descargas, pues ya se habían dado casos parecidos y al acercarse nos habían
hecho bajas. En fin, que no tuviera compasión de ninguna clase, pues por bien
de la República no tenía más remedio que hacerlo y dar un ejemplo para que no
se repitieran más estos casos. Yo le dije que me parecían un poco fuertes estas
órdenes, contestándome que no había más remedio que hacerlo y que tuviera la
conciencia tranquila; además, él se hacía responsable de todo.
»Con éstas órdenes me fui con la
Compañía a la estación de Atocha, para salir en el expreso de Sevilla. Una vez
en la estación y con la fuerza montada para salir, nos reunió a todos los
oficiales para repetirnos que no quería ni heridos ni prisioneros y que me
recordaba las órdenes: «Tú ya sabes lo que te he dicho», me dijo. Y salimos
para Jerez.
»A mi regreso a Madrid le conté
todo lo sucedido y me dijo que no convenía para el Gobierno que dijera la forma
en que habíamos matado a los prisioneros y que no se enterara absolutamente
nadie, pues correría la voz por ahí. Me exigió la palabra de honor de que no se
lo diría absolutamente a nadie, cosa que hice, dándole la palabra de honor.
»Cuando el ministro de la
Gobernación me llamó a su despacho para que le contase lo sucedido, estaba el
señor Menéndez con él, que fue quien me presentó, y al entrar en el despacho me
acerqué a Menéndez y le dije que si le contaba al señor ministro todo,
refiriéndome a los fusilamientos, contestándome que le dijera todo menos eso;
como así lo hice, teniendo la felicitación del señor ministro.
»Fui a ver a Menéndez a su
despacho y le dije que temía que el teniente Artal, dado su carácter, me
figuraba que se lo contaría a todo el mundo, y entonces me dijo Menéndez que
fuese en seguida a Sevilla con el carné militar; que dijera que era para ver lo
que hacían en Jerez en los cuarteles de Asalto y viera al teniente Artal para
animarle en su decaimiento y que no dijera a nadie la verdad. Así lo hice,
regresando aquella misma noche para Madrid. Para el viaje, como yo no tenía
dinero le dije al señor Gainza, su secretario, que me diera veinte duros, y así
lo hizo, dinero con el cual viajé. A mi llegada a Madrid, estaba en la estación
esperándome el señor Gainza con dos agentes. Nos montamos el señor Gainza y yo
en su coche, y me dijo que desayunáramos juntos; cosa que hicimos en un café de
la calle de Alcalá, junto a la Puerta del Sol. Mientras desayunábamos, me habló
de muchas cosas, diciéndome al final que había ido a esperarme porque el
Gobierno estaba en peligro, pues por los sucesos de Casas Viejas tenía que
caer; que para que no cayera el señor Presidente, tenía que caer el ministro de
la Gobernación, y para que no cayera éste, tenía que caer el Director de
Seguridad. Que venía para decirme que si yo, como amigo de él, compañero y
director mío que era, y en vista de lo que hacían los demás, si yo me prestaba
a sacrificarme por él. En seguida le contesté que sí, que estaba dispuesto a
todo, y que haría lo que él me dijese o quisiera. Del café fui a Pontejos, a dejar el maletín,
y en seguida a la Dirección, donde todos me dijeron que ya sabían que yo era un hombre, etc. Me dijo Menéndez que hiciera una
información de todo según Gainza me fuera escribiendo y dictando, con relación
a lo que yo también le decía, y que no pusiese nada de las órdenes que me había
dado, cuya copia de información entrego con este escrito. Al enterarse los
capitanes de esta faena me dijeron todos la mar de cosas del Director,
que no daba crédito a ellas, pero que me abrieron los ojos. Y como en el
transcurso del informe sucedió que una noche me presentaron a la señora de
Menéndez, la cual, entre unas cosas y otras, que para eso estábamos; que unas
veces nos tocaba sacrificarnos a unos y otras a otros, y que cuando viniera
otro Gobierno a mí me harían santo. Y como otro día, estando escribiendo el
señor Gainza, a mi izquierda, me dijo que ahora a mí me darían un mes de
permiso para que fuera donde quisiera y un montón de billetes para que me los
gastase alegremente. Y como la otra noche, en el baile de “Miss Voz” organizado
por el diario de este nombre, el jefe superior de Vigilancia, acompañado del
señor Lorda y del abogado del Estado señor Franqueira me dijeron que no me
preocupara de nada; que si ahora me pasaba algo, que en seguida ellos me lo
quitarían y me darían un buen destino, es por lo que por todo esto he
comprendido la mala faena que están haciendo tanto al Gobierno como a mí, y es
por lo que me he negado a firmar la información si no pongo todas las órdenes
que me dieron.
»Por este motivo es por lo que
hago esta declaración de mi puño y letra, para que una persona la guarde, y si
es verdad todo lo que dice el señor Menéndez, para bien de España, de la
República y del Gobierno, se rompa; pero si es para lo contrario, sirva esto
para esclarecer los hechos y, como principio del trabajo que estoy haciendo, para
descubrir a los traidores que así luchan en contra de la República.
»¡Ojalá tengan estos pliegos que
romperse porque fuera verdad mi sacrificio por España y por el bien de la
República; pero si todo lo que está sucediendo lo trama un hombre solamente por
conservar su bien, sin mirar el mal que hace, que salgan estas cuartillas a la
luz del día para que se juzgue con justicia.
«Hoy, 1º de marzo de 1933. - El capitán de Asalto, Miguel Rojas
Feijenspan.
(Rubricado.)»
Antes de abandonar Casas Viejas
las fuerzas policiales, el delegado gubernativo
Fernando Arruinaga
Martín-Barbadillo, les arengó con las siguientes palabras:
“Habéis cumplido con vuestro
deber. El Gobierno por mi conducto os felicita. Gracias a vosotros, a vuestro
valor, a vuestra energía y disciplina, a vuestra obediencia a las órdenes de
vuestros jefes, la República ha podido vencer un grave peligro y puede seguir
el camino triunfal y glorioso abierto el 14 de abril. Vuestra magnífica
conducta merece bien de la Patria y de la República. ¡Viva la República!
Conocida posteriormente la
magnitud de lo sucedido estalló el escándalo en la Prensa y se inició un
proceso judicial. Por los 14 asesinatos cometidos contra los campesinos
desarmados, la Audiencia Provincial de Cádiz condenó el 28 de mayo de 1934 a su
responsable directo, el capitán Rojas a la pena de 21 años de prisión, mientras
que Arturo Menéndez López, director General de Seguridad, fue absuelto.
Esa masacre derrocó al primer
ministro Azaña y a su gabinete de la presidencia. Según algunos historiadores,
el alzamiento de Casas Viejas se convirtió en uno de los incidentes que
condujeron a la Guerra Civil. En el discurso radiofónico del 18 de
julio de 1936, el general Franco
declaró que la nación estaba siendo destruida por la anarquía y las huelgas
revolucionarias.
El hispanista estadounidense
Edward Malefakis, sobre Casas Viejas, indicó:
“El ambiente
de inseguridad creado
por los alzamientos
locales de la CNT
contribuyó a que un
sinnúmero de votos fueran
en contra de
Azaña en las elecciones de 1933.”
A partir de la tragedia de Casas
Viejas, el Gobierno de Azaña sería “el Gobierno de Casas Viejas.” Membrete
indeleble escrito con llamas y teñido de sangre.